sábado, 20 de enero de 2018

La Historia de Pinto

Cuando Pinto apareció frente a la puerta de la casa, yo tenía ya tres perros: Sparky, adoptado del Centro de Acopio Animal de Puerto Vallarta, Rusty, quien irrumpió intempestivamente en mi recámara una noche de tormenta, y Chispita, a quien había rescatado de su situación de abandono. Chispita, Rusty y Pinto aparecieron en un periodo de un par de meses, cuando mucho.
Pinto, descansando en el sillón, mirando hacia la calle
Una mañana, escuché gemidos de un perro afuera de la casa. Al abrir la puerta, Pinto estaba sentado allí, gimiendo. Era obvio que no tenía un hogar. Se veía maltrecho. Lo invité a entrar, pero se resistía. Tuve que animarlo a que entrara, cosa que finalmente y con mucha cautela, hizo.
Me enteré por los vecinos que Pinto había estado acercándose a varias casas en la cuadra; había estado durmiendo afuera de una casa vecina las últimas noches.
Llevé a Pinto a revisión con el veterinario, y tras comprobar que estaba en buen estado de salud, me informaron que tal vez tenía 8 años de edad, a juzgar por el desgaste de sus dientes.
Lo primero que se hizo evidente fue que Pinto tenía hambre. Se abalanzaba sobre la comida y en numerosas ocasiones me tumbó el plato de la mano antes de que lo pusiera en el piso frente a él, con el consiguiente derramamiento de comida. Su comida desaparecía casi instantáneamente y acto seguido les arrebataba su comida a los demás. La hora de la comida se convertía en un caos casi siempre.
El otro lado de la moneda era su necesidad de afecto. Desde el momento que entró en la casa permaneció junto a mí. A donde quiera que yo fuera él iba conmigo. Si me sentaba frente a la computadora, él estaba parado o echado junto a mis pies. De hecho, le quitó el lugar a Sparky, quien antes de la llegada de Pinto tenía esa posición.
Para evitar el caos de la hora de comer, me vi en la necesidad de educarlo, enseñarlo a quedarse quieto hasta que el plato estuviera frente a él y yo le indicara que ya podía comer. Curiosamente, en el proceso de enseñarlo a él, los demás aprendieron también. Eso alivió la situación.
Otro aspecto en el que tuve que trabajar fue la hora de salir a caminar. Salíamos a caminar temprano por la mañana y por la noche, y el momento de abrir la puerta para salir era una explosión. Todos salían corriendo, ladrando, emocionados y ansiosos. Esto normalmente resultaba en correas enredadas y yo a punto de caer. Tomó un tiempo enseñarlos a esperar que la puerta estuviera abierta, y yo estuviera afuera de la casa antes que ellos salieran.
Al paso de los días, se hizo evidente un rasgo de la personalidad de Pinto. Nunca se sentaba. Permanecía siempre erguido, tenso, rígido, desconfiado. Si empujaba su cadera hacia abajo para sentarlo, tan pronto retiraba mi mano, igual que un resorte regresaba a su posición erguida.
Pinto esperando en la campaña de esterilización de Peace, A.C.
Pronto me di cuenta que al admitir tres perros más en mi casa y en mi vida, estaba asumiendo nuevas responsabilidades. Así empecé también a adentrarme en el mundo de los animalistas, de los rescatistas de animales, a conocer los recursos disponibles para quienes como yo, intentábamos colaborar en la solución del problema de los animales en situación de calle, de abuso o abandono. Por las redes sociales me enteré de la campaña permanente de esterilización que PEACE, A.C. realiza. Vinieron a Las Mojoneras, mi vecindario, y aproveché para llevar a Pinto, Rusty y Chispita. A Sparky me lo habían entregado ya esterilizado cuando lo adopté. 
Tras la esterilización, surgió otro aspecto de la personalidad de Pinto que me preocupó. Se volvió agresivo con los perros desconocidos. Era realmente difícil para mí controlarlo cuando intentaba saltar sobre otros perros. 
Poco a poco, con mucha paciencia, las cosas mejoraron. Pinto aprendió a no pelear por la comida, a no saltar sobre otros perros a primera vista, a controlar su ansiedad al caminar sujeto con la correa. Me enternecía cuando tras lograr controlar su impulso de abalanzarse sobre los perros que encontrábamos mientras caminábamos por la calle, volteaba a mirarme muy orgulloso, como diciendo “¿verdad que soy un buen chico?” Desde luego que lo premiaba con caricias y felicitaciones, lo cual lo alegraba aún más.
A pasos pequeñitos, Pinto fue ganando confianza y empezó a acercarse buscando caricias, colocando su hocico sobre mi muslo cuando me veía sentado.
Tal vez otra anotación interesante sea que yo siempre había tenido perros de raza pequeña, en su mayoría Cocker Spaniels. Lidiar con perros más grandes representó un reto adicional; tanto Pinto como Rusty son perros muy fuertes y entusiastas.
Antes mencioné que yo estaba educando a Pinto, y por extensión, a los demás. Pero en realidad era un proceso de dos vías. Yo estaba aprendiendo de ellos, y mucho, también. Todos los días.
Selfie con Pinto. Se acercó buscando caricias.
Un cierto día, Pinto se subió a mi cama. No tiene nada de extraordinario, excepto el hecho de que no se acostó. Flexionó sus patas pero permaneció erguido. A partir de entonces repitió la acción de subirse a la cama, siempre permaneciendo erguido. Desde luego que traté de hacerlo que se acostara, pero sin resultado.
Con el paso del tiempo, finalmente un día lo encontré en la cama, recostado sobre su costado.
Me pareció que había dado un gran paso al sentirse lo suficientemente relajado y seguro para recostarse en la cama.
Mi asombro fue máximo cuando en una ocasión que él estaba recostado en la cama, al ver que me  acercaba levantó su pata trasera, exponiendo su estómago.
Fue un momento muy impactante. Me impresionó no solo el momento en sí, sino el hecho de presenciar su gran capacidad de transformarse, de cambiar, de abrir su corazón y confiar después de haber sufrido años de rechazo, de hambre y abandono.
Pinto ha estado conmigo cinco años ya. Su cara se volvió blanca al paso del tiempo. Tiene las pestañas blancas, pero sigue siendo el patriarca de la manada, medio gruñón cuando le interrumpen el sueño, temeroso de los truenos y el ruido de la pirotecnia, y renuente a aceptar nuevos miembros en la manada, especialmente si son machos. Pero sigue siendo el mismo perro dulce que viene a apoyar su hocico en mi muslo buscando caricias.

Llevamos un buen trecho andado.





martes, 9 de enero de 2018

Mi Oruga Mascota

Sin duda, vivir acompañado por 12 perros no deja de ser una experiencia enriquecedora. He aprendido incluso a reconocer los sonidos que producen durante sus actividades, como traer ramas del patio para masticarlas cómodamente en la sala, recostados en alguno de sus cojines.
Cuando no puedo reconocer los sonidos que están produciendo, lo mejor es salir a ver qué está pasando, porque me podría llevar una sorpresa. Así sucedió hace unos días: mientras yo trabajaba en la computadora, Lady estaba echada en un cojín mordisqueando algo, pero no sonaba como madera, hueso, o cualquier otra cosa conocida. Por esta razón decidí ir a ver de qué se trataba. Podía ver que sostenía entre sus patas delanteras un objeto de color gris, alargado, pero definitivamente el sonido no me resultaba familiar. Al acercarme descubrí que se trataba de un capullo de oruga, que Lady trataba de abrir por uno de sus extremos. Era un capullo que yo había visto en una de las plantas junto a los escalones de la salida al patio. Se lo retiré y traté de buscar un lugar donde colocarlo, principalmente para evitar que siguiera mordisqueándole, aunque temía que la oruga que ocupaba ese capullo podía haber muerto. Así, lo llevé al patio y lo coloqué en un sitio que consideré estaría fuera del alcance de Lady. Pronto descubrí que debí haber pensado mejor. Pocos minutos después nuevamente escuché el sonido de Lady tratando de abrir un extremo del capullo.
Nuevamente le quité el capullo y fui al patio a buscar un sitio elevado donde no lo pudiera alcanzar. Lo mejor que pude encontrar fue una cubeta que estaba sobre el lavadero. Dejé el capullo sobre el fondo de la cubeta, que se encontraba en posición invertida.

Más tarde fui a cambiar el agua del recipiente que está cerca del lavadero y con sorpresa vi que el capullo había desaparecido. No podía creer que alguno de los perros se hubiera subido al lavadero y lo hubiera tomado de allí. Preguntándome qué podría haber ocurrido, seguí con lo que estaba haciendo.
Sin embargo, para mi mayor sorpresa, más tarde, al acercarme de nuevo al lavadero para tomar una de las herramientas que guardo en ese rincón, encontré el capullo colgando del borde de la cubeta. ¿El viento? No alcanzaba a imaginar cómo había llegado allí.
A la mañana siguiente fui a buscar la cubeta para llenarla de agua y mi sorpresa fue aún mayor: El capullo estaba colgando del borde, pero del lado opuesto de la cubeta.  Momentos después iba a recibir la explicación que buscaba: noté que el capullo se balanceaba, colgando del borde de la cubeta: “algo” en su interior se movía, haciendo que se balanceara de un lado a otro. Mi curiosidad aumentó y me acerqué a mirar con detenimiento. Unos segundos después, por el extremo superior del capullo, apareció una enorme oruga, dejando ver su cabeza y tres pares de patas. Sujetándose del borde de la cubeta, empezó a desplazarse en dirección al sitio donde la había visto la tarde anterior.
Me alegré al saber que no había muerto y me sorprendí al aprender que seguía activa dentro del capullo, contrario a mi creencia de que las orugas se encapsulaban en el capullo y permanecían durmientes hasta completar la  metamorfosis. Fue un momento muy emocionante, al grado que decidí que tenía que tomar una foto de la oruga que habitaba el capullo. Fui por mi teléfono celular pero con tanto entusiasmo asusté a la oruga, que rápidamente se refugió en el capullo y ya no salió.
Pronto descubrí que la oruga tiene un espíritu aventurero, y asomarme a ver qué estaba haciendo se convirtió en un divertido hábito. Tan pronto la encontraba en la superficie del lavadero, como tratando de escalar por la manguera hacia la llave del agua, o suspendida en la punta del mango del destapa-caños. En una ocasión no la encontraba, y busqué por los alrededores del lavadero sin resultado. Después encontré el capullo colgando del borde de una tina dentro de la pila vacía. Pensé que tal vez había llegado el momento de dormir y en el interior de la pila estaba a salvo del viento; incluso tal vez la temperatura era más agradable allí. De nuevo, mis conclusiones fueron precipitadas. A la mañana siguiente la encontré, confirmando su espíritu aventurero, colgando de una suculenta hacia afuera del borde del lavadero.
Durante un par de días no noté actividad alguna, de nuevo concluí que tal vez finalmente había llegado el momento de dormir y esperar la transformación. De nuevo me di cuenta que estaba equivocado. Nuevamente la vi, en todo su esplendor, transportándose por las hojas de la suculenta. Tal vez tenía hambre y buscaba hojas verdes para comer.
Aunque mi instinto me dicta no intervenir en el flujo natural de la naturaleza, me siento obligado a evitar en lo posible, exponer a cualquier ser vivo a un riesgo letal. Así que tomé una planta como aquella donde la vi por primera vez, y la puse sobre el lavadero. Con cuidado llevé el capullo hasta la planta y lo dejé allí esperando que fuera lo que estaba buscando. Me alegré al ver que así fue. Más tarde encontré a la oruga comiendo de las hojas.
Me pregunto cuánto tiempo deberá pasar para que la oruga finalmente se transforme en alguna especie de mariposa nocturna. Mientras tanto, sin duda seguirá cautivando mi interés y seguiré maravillándome con cada nuevo descubrimiento en su comportamiento.



jueves, 11 de mayo de 2017

Rescatista de Mascotas



¿Cómo es que alguien se convierte en rescatista de mascotas?

Chloe, en una foto reciente que me proporcionó su "abue" humana.
Debo empezar por admitir que algunos pocos elegidos son rescatistas de nacimiento, quienes desde que tienen memoria han llevado a casa perros, gatos, pájaros, o reptiles que han encontrado sufriendo; ya sea por abandono, accidente, o enfermedad.
Yo me convertí en rescatista por simpatía. Mi mamá una vez me dijo, “ayuda (a los demás)”. Afortunadamente no especificó si humanos o animales. Chloe llegó sola a la puerta de la casa; los niños vecinos la rechazaban porque según decían, “tenía roña”. Al ver a esta perrita de solo unas semanas de edad, que apenas sobrepasaba el tamaño de mi mano, no tuve que pensar siquiera. La tomé en mis manos y la metí a la casa.
Mientras cuidaba la casa de una amiga, una tarde que salí a caminar con Sparky, escuché el llanto de un gatito en los matorrales. Al acercarme descubrí un pequeñísimo gatito gris y tampoco necesité pensarlo: lo levanté y lo llevé conmigo a casa, donde lo bañé hasta quitarle todas las pulgas que tenía y le di leche. Durmió calientito y al día siguiente lo llevé a casa de unos amigos biólogos, que cuando lo vieron dijeron: “Justo estábamos pensando que nos hacía falta un gato, muchas gracias por traerlo”. Ellos tenían cuatro perros y tres gatos; el recién llegado completó el set de cuatro.
Cuando me cambié a vivir a Las Mojoneras, durante mis paseos cotidianos con Sparky me di cuenta que había muchos perros callejeros. Normalmente éramos solo Sparky y yo al inicio de los paseos, y al regresar a casa éramos cinco o seis perros y yo.
Chispita había sido abandonada por sus dueños y vivía en la calle afuera de una casa cercana. Me conmovió su estado, sucia y con el pelo enredado, y la llevé a casa. Pensé que tener dos perros en casa era aceptable, ambos tendrían compañía, y todo sería miel en penca.
Sin embargo, un hecho fue definitivo: una mañana al salir de casa pude ver, tirado cerca de la esquina, el cuerpo de un perro de los que nos acompañaban en nuestros paseos. Estaba muerto, había sido envenenado durante la noche.
Esto me impactó de manera tremenda. No podía creer que alguien fuera capaz de hacer eso. El hermano de aquel perro desapareció a los pocos días.
Sentí la necesidad de hacer algo. No podía permanecer indiferente. Yo no tenía la menor idea de cómo rescatar un animal;  busqué la ayuda de asociaciones protectoras, pero nunca la obtuve, por sus políticas y procedimientos. Pedían requisitos que yo no reunía en el momento.
De repente me vi enfrentando la tarea yo solo. Afortunadamente el veterinario Víctor Navarro daba servicio a domicilio en ese tiempo, lo cual fue de gran ayuda.
Rusty, descansando en el sofá.
Además, sin darme cuenta, había creado relaciones con los callejeros, como descubrí una noche. El verano es muy caluroso en Puerto Vallarta, caluroso y húmedo. Por esta razón, puertas y ventanas permanecen siempre abiertas, en espera de cualquier brisa que pueda venir a aliviar un poco el calor. Una noche de tormenta, me despertó un ruido en la reja de la entrada. Esperé atento unos segundos tratando de imaginar qué había causado el ruido, pero solo había silencio. No le di importancia y traté de volver a dormir. Sin embargo, desperté de nuevo sobresaltado por el ruido y el impacto de un perro cruza de labrador y pastor que cayó sobre mi cama, completamente mojado. Los niños vecinos le llamaban coyote, era uno de nuestros compañeros de paseo. En realidad Rusty se rescató solo. El me encontró a mí, al igual que otros que me han encontrado después.


Estos son algunos de los primeros casos de mascotas que he rescatado y que me convirtieron en rescatista. Sparky y Rusty permanecen conmigo hasta la fecha, Chloe vive con Estefanía y su familia, está a punto de cumplir 7 años. Chispita lamentablemente cayó víctima de una infección muy agresiva. 

sábado, 18 de abril de 2015

La vida cotidiana 

Les comparto un momento cotidiano en mi vida con perros

Tras la caminata matutina y los bocadillos de carnaza, a Pinto le gusta ir a recostarse en la recámara, aprovechando el fresco residual del aire acondicionado. Sparky se le une a veces y los dos reposan, uno a cada lado de la cama. La recámara permanece cerrada para conservar la temperatura, y esta situación causa que Pinto y Sparky se pierdan lo que ocurre en el exterior, lo cual en ocasiones puede ser bastante emocionante, a juzgar por el volumen y la duración de los ladridos de los demás. Ya sea un repartidor en moto, unos niños que caminan platicando entre ellos, un gato que camina en la calle, o un perro extraño, todo es motivo de alboroto. Cuando les ordeno callar, todos obedecen; sin embargo, eso no significa que no se repita la escena.

martes, 18 de noviembre de 2014

La Historia de Bambi

Bambi es un venado macho en la historia de Disney; pero la Bambi de la que yo hablo aquí es una perrita que parece una doberman en miniatura, con una oreja erguida y la otra doblada. Mi Bambi está cumpliendo un año por estas fechas, pero con mucho, es una perra madura. Hace tres meses tuvo su primer parto, dio a luz ocho hermosos cachorros, tres de los cuales permanecen conmigo todavía. Bambi apareció en mi calle siendo una cachorrita. Sus dueños la mantenían en la calle, nunca le permitieron entrar a la casa. Así fue que Bambi se convirtió en nuestra cotidiana compañera de caminatas; se unía al grupo cuando pasábamos frente a su casa y nos acompañaba a caminar. Al regresar, entraba con nosotros a la casa y dado que mis perros siempre tienen comida disponible, ella comía con agrado y tomaba agua. Después de comer y beber, era tiempo de jugar. Bambi encontró en Chispita a una incansable compañera de juegos. Corrían, saltaban por toda la casa y “peleaban” hasta que Chispita se rendía por cansancio. Entonces era tiempo de cambiar de compañero; le tocaba el turno a Sparky o a Rusty y los juegos continuaban sin interrupción. Mientras tanto, yo había hecho café y me había preparado un batido de frutas antes de entrar a la regadera. Cuando yo estaba casi listo para salir a trabajar, los juegos terminaban. Bambi se acomodaba en la cama de Rusty o la de Pinto y dormía una siesta. Al disponerme a salir, ella generalmente dormía plácidamente. Yo la invitaba a salir y regresar a su casa, y ella alegremente lo hacía.
En su primer celo fue preñada por el perro del panteón cercano y por otro perro callejero de origen desconocido que empezó a acompañarla desde entonces. Durante todo su embarazo siguió acompañándonos todos los días, hasta que un día no apareció por la mañana. Al regresar de la oficina me encontré a su dueña y al preguntarle, me enteré que Bambi había parido en el jardín de una casa vecina, “pero seguramente mi marido va a tirar a los perritos” –me dijo la señora. Mi respuesta fue que no los tiraran, que me los dieran. “Pero deme los cachorritos con todo y mamá para que los amamante”. Me dijo que lo hablaría con su esposo. Por la noche, la señora vino a mi casa y me dijo que su esposo estaba de acuerdo en que me llevara a los cachorros y a Bambi conmigo. Tomé una jaula, le puse una toalla en el fondo y fui al jardín donde estaba Bambi. Era muy protectora, no permitía que nadie se acercara a los cachorritos. Tuvo un poco de tolerancia conmigo pero no me permitió tocarlos. Entonces tomé la toalla y le cubrí la cara, así pude poner los cachorritos en la jaula, tras lo cual ella entró también. Los llevé a la casa y los puse en una de las habitaciones, la que uso solo para guardar cosas. A pesar de su juventud, Bambi era una mamá muy entregada, celosa de sus cachorritos. Los alimentaba y limpiaba constantemente sin permitir que nadie se acercara. Por esta razón ya tenían varios días de edad cuando los pude revisar y darme cuenta que eran siete hembras y solo un macho. Con Bambi tenía sentimientos encontrados. Por una parte quería ayudar, pero por la otra sabía que no era mi perrita, y eso me limitaba. Nunca le puse una correa, ni me esforcé realmente en educarla como a los demás. Aún así, la relación con Bambi mejoró mucho, se hizo más cercana ahora que estaba viviendo en casa. Ahora que vivía conmigo estábamos juntos más tiempo y yo estaba más al pendiente de ella. Al paso del tiempo, Bambi empezó de nuevo a salir con nosotros a caminar, y un problema se hizo evidente. Bambi siempre le ladraba a todo y a todos, un hábito de toda su vida. Tuvimos varios episodios en los que la gente o se asustaba o se ponía agresiva con ella. Especialmente los niños, que corrían o lloraban espantados cuando Bambi empezaba a ladrar. Además de estos episodios, se hizo evidente que en general, la gente la veía con enojo y miedo; al verla acercarse le gritaban o trataban de correrla, provocando así una reacción en ella. Entonces enfrenté una doble tarea: por una parte, intentar que Bambi no ladrara y por otra, tratar de informar a la gente y enseñarles cómo tratar a Bambi: no mirarla, no hablarle, no tocarla. Cada vez que Bambi se acercaba a alguien, yo le decía: “No te hace nada, no le hagas caso.” Los niños generalmente preguntan: “¿Muerde?” Eso me da la oportunidad de informarlos: “no, no te hace nada, nada más no le hagas caso y ya.” Una vez pasó algo curioso, pues dije “No te hace nada, no le hagas caso” y Bambi volteó a verme; pareció entender que se lo estaba diciendo a ella, y acto seguido se alejó sin ladrar. Fin de la primera parte.

lunes, 14 de abril de 2014

miércoles, 22 de agosto de 2012

La historia de Porter (la perrita antes conocida como Kaira)


La historia de Porter (la perrita antes conocida como Kaira)

A  principios de julio, al llevar los perros a caminar, me encontré una cachorrita afuera de la casa. Era muy bonita, pero yo tenía las manos llenas con los cuatro perros como para prestarle mucha atención. Cuando regresamos, ella todavía estaba allí, afuera de la casa. Empecé a pensar que tal vez estuviera perdida. Le ofrecí un bowl de comida, lo que le alegró, pero no parecía tener hambre. Eso me hizo pensar que tal vez tuviera dueño.
Una de las primeras fotografías de Kaira
A la mañana siguiente, salí como siempre a llevar los perros a caminar, y la cachorrita estaba otra vez afuera de la casa. Mis sospechas aumentaron. Nuevamente le ofrecí comida, y esta vez la invité a entrar a la casa. Entró muy contenta, y se quedó todo el día con mis perros. Sin embargo, yo no me sentía del todo tranquilo pensando que tal vez pudiera estar reteniendo un perro que tuviera dueño. Al regresar del trabajo, caminé por la calle, buscando un posible dueño. Encontré una señora a solo unas puertas y al preguntarle, me dijo que efectivamente, la perrita se llamaba Kaira y era de su hija.
Cuando le dije que se la iba a llevar a devolver, me platicó la historia. Los dueños de la mamá de Kaira habían decidido deshacerse de ella.  Entonces la hija de la señora les dijo que no la tiraran, que ella se haría cargo. La llevó al veterinario, donde la desparasitaron y le dijeron que cuando tuviera mes y medio le empezarían a poner sus vacunas. Eso me dio la pista de que la perrita tenía poco más de un mes de edad. Sin embargo, el empleo que las trajo a Puerto Vallarta se había terminado y ellas tenían que regresarse a Guadalajara. Aunque la señora no lo dijo abiertamente, me di cuenta que se estaban deshaciendo de Kaira por esta situación. Entonces decidí quedármela y tratar de encontrarle una familia que la quisiera. 
El siguiente paso fue tomarle fotos y postearlas en facebook para buscar una nueva casa para Kaira. Fue muy agradable que mi sobrina Violeta, que vive en Seattle, me preguntara cual sería el costo de enviarle a Kaira. Su mamá, mi hermana Mónica, inmediatamente se sumó a la causa.
Entonces la búsqueda cambió de rumbo. Empecé a buscar información sobre cómo enviar una mascota al extranjero. Mónica Mejía, de PVAnimal, me sugirió contactar a MexPup, quienes tienen bastante experiencia en adopciones internacionales.
A través de facebook los contacté. Ellos me recomendaron acudir al Dr. Peña, veterinario que apoya las causas a favor de los animales y que también tiene bastante experiencia en estos casos. Así lo hice, y mi hijo Miguel llevó a Kaira para que la revisara el Dr. Peña para determinar su estado de salud y sus necesidades a fin de llenar los requisitos para viajar al exterior.
Se le hicieron análisis de laboratorio y se le diagnosticaron parásitos e infecciones transmitidas por garrapatas. Empezó su tratamiento y su mejoría fue notable de inmediato. Su presencia trajo alegría a la manada. En Chispa, Kaira encontró una infatigable compañera de juegos, y adoptó a Rusty como su hermano mayor. Lo trata con mucho respeto, le da besos, y Rusty le corresponde con el mismo agrado.
A Kaira le gusta morderle las patas a Pinto, pero a él no le divierte mucho y trata de evitarla.
Kaira es una perrita muy inteligente y está aprendiendo hábitos de los demás. Tiene muy buen apetito, y además le gustan las galletas y los palitos de carnaza. Ya aprendió a jugar con la pelota y los peluches. Además, es obediente. Inquieta como es, todo lo quiere morder, y le divierte robarse mis calcetines. Entonces lo que más escucha es “no”, y “deja”. Sin embargo conoce también otros comandos, como “venga mi nena”, “quédate”, “métete”.
El 12 de agosto terminó su tratamiento, y ahora la voy a llevar a consulta nuevamente. No sé si vaya a requerir más exámenes de laboratorio; lo que es seguro es que le van a poner sus vacunas y entonces estará lista para viajar.
Mónica está haciendo planes para venir por ella, pero hasta ahora no hay nada confirmado. Mientras tanto, Porter, como la llama Mónica, nos mantiene ocupados y alegres. Con ella en la casa no hay un momento aburrido.