martes, 18 de noviembre de 2014

La Historia de Bambi

Bambi es un venado macho en la historia de Disney; pero la Bambi de la que yo hablo aquí es una perrita que parece una doberman en miniatura, con una oreja erguida y la otra doblada. Mi Bambi está cumpliendo un año por estas fechas, pero con mucho, es una perra madura. Hace tres meses tuvo su primer parto, dio a luz ocho hermosos cachorros, tres de los cuales permanecen conmigo todavía. Bambi apareció en mi calle siendo una cachorrita. Sus dueños la mantenían en la calle, nunca le permitieron entrar a la casa. Así fue que Bambi se convirtió en nuestra cotidiana compañera de caminatas; se unía al grupo cuando pasábamos frente a su casa y nos acompañaba a caminar. Al regresar, entraba con nosotros a la casa y dado que mis perros siempre tienen comida disponible, ella comía con agrado y tomaba agua. Después de comer y beber, era tiempo de jugar. Bambi encontró en Chispita a una incansable compañera de juegos. Corrían, saltaban por toda la casa y “peleaban” hasta que Chispita se rendía por cansancio. Entonces era tiempo de cambiar de compañero; le tocaba el turno a Sparky o a Rusty y los juegos continuaban sin interrupción. Mientras tanto, yo había hecho café y me había preparado un batido de frutas antes de entrar a la regadera. Cuando yo estaba casi listo para salir a trabajar, los juegos terminaban. Bambi se acomodaba en la cama de Rusty o la de Pinto y dormía una siesta. Al disponerme a salir, ella generalmente dormía plácidamente. Yo la invitaba a salir y regresar a su casa, y ella alegremente lo hacía.
En su primer celo fue preñada por el perro del panteón cercano y por otro perro callejero de origen desconocido que empezó a acompañarla desde entonces. Durante todo su embarazo siguió acompañándonos todos los días, hasta que un día no apareció por la mañana. Al regresar de la oficina me encontré a su dueña y al preguntarle, me enteré que Bambi había parido en el jardín de una casa vecina, “pero seguramente mi marido va a tirar a los perritos” –me dijo la señora. Mi respuesta fue que no los tiraran, que me los dieran. “Pero deme los cachorritos con todo y mamá para que los amamante”. Me dijo que lo hablaría con su esposo. Por la noche, la señora vino a mi casa y me dijo que su esposo estaba de acuerdo en que me llevara a los cachorros y a Bambi conmigo. Tomé una jaula, le puse una toalla en el fondo y fui al jardín donde estaba Bambi. Era muy protectora, no permitía que nadie se acercara a los cachorritos. Tuvo un poco de tolerancia conmigo pero no me permitió tocarlos. Entonces tomé la toalla y le cubrí la cara, así pude poner los cachorritos en la jaula, tras lo cual ella entró también. Los llevé a la casa y los puse en una de las habitaciones, la que uso solo para guardar cosas. A pesar de su juventud, Bambi era una mamá muy entregada, celosa de sus cachorritos. Los alimentaba y limpiaba constantemente sin permitir que nadie se acercara. Por esta razón ya tenían varios días de edad cuando los pude revisar y darme cuenta que eran siete hembras y solo un macho. Con Bambi tenía sentimientos encontrados. Por una parte quería ayudar, pero por la otra sabía que no era mi perrita, y eso me limitaba. Nunca le puse una correa, ni me esforcé realmente en educarla como a los demás. Aún así, la relación con Bambi mejoró mucho, se hizo más cercana ahora que estaba viviendo en casa. Ahora que vivía conmigo estábamos juntos más tiempo y yo estaba más al pendiente de ella. Al paso del tiempo, Bambi empezó de nuevo a salir con nosotros a caminar, y un problema se hizo evidente. Bambi siempre le ladraba a todo y a todos, un hábito de toda su vida. Tuvimos varios episodios en los que la gente o se asustaba o se ponía agresiva con ella. Especialmente los niños, que corrían o lloraban espantados cuando Bambi empezaba a ladrar. Además de estos episodios, se hizo evidente que en general, la gente la veía con enojo y miedo; al verla acercarse le gritaban o trataban de correrla, provocando así una reacción en ella. Entonces enfrenté una doble tarea: por una parte, intentar que Bambi no ladrara y por otra, tratar de informar a la gente y enseñarles cómo tratar a Bambi: no mirarla, no hablarle, no tocarla. Cada vez que Bambi se acercaba a alguien, yo le decía: “No te hace nada, no le hagas caso.” Los niños generalmente preguntan: “¿Muerde?” Eso me da la oportunidad de informarlos: “no, no te hace nada, nada más no le hagas caso y ya.” Una vez pasó algo curioso, pues dije “No te hace nada, no le hagas caso” y Bambi volteó a verme; pareció entender que se lo estaba diciendo a ella, y acto seguido se alejó sin ladrar. Fin de la primera parte.

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