Sin duda, vivir acompañado por 12 perros no deja de ser una
experiencia enriquecedora. He aprendido incluso a reconocer los sonidos que
producen durante sus actividades, como traer ramas del patio para masticarlas
cómodamente en la sala, recostados en alguno de sus cojines.
Cuando no puedo reconocer los sonidos que están produciendo,
lo mejor es salir a ver qué está pasando, porque me podría llevar una
sorpresa. Así sucedió hace unos días: mientras yo
trabajaba en la computadora, Lady estaba echada en un cojín mordisqueando algo,
pero no sonaba como madera, hueso, o cualquier otra cosa conocida. Por esta
razón decidí ir a ver de qué se trataba. Podía ver que sostenía entre sus patas
delanteras un objeto de color gris, alargado, pero definitivamente el sonido no
me resultaba familiar. Al acercarme descubrí que se trataba de un capullo de
oruga, que Lady trataba de abrir por uno de sus extremos. Era un capullo que yo
había visto en una de las plantas junto a los escalones de la salida
al patio. Se lo retiré y traté de buscar un lugar donde colocarlo,
principalmente para evitar que siguiera mordisqueándole, aunque temía que la oruga
que ocupaba ese capullo podía haber muerto. Así, lo llevé al patio y lo coloqué
en un sitio que consideré estaría fuera del alcance de Lady. Pronto descubrí
que debí haber pensado mejor. Pocos minutos después nuevamente escuché el sonido de Lady tratando de abrir un extremo del capullo.
Nuevamente le quité el capullo y fui al patio a buscar un
sitio elevado donde no lo pudiera alcanzar. Lo mejor que pude encontrar fue una
cubeta que estaba sobre el lavadero. Dejé el capullo sobre el fondo de la
cubeta, que se encontraba en posición invertida.
Más tarde fui a cambiar el agua del recipiente que está
cerca del lavadero y con sorpresa vi que el capullo había desaparecido. No
podía creer que alguno de los perros se hubiera subido al lavadero y lo hubiera
tomado de allí. Preguntándome qué podría haber ocurrido, seguí con lo que
estaba haciendo.
Sin embargo, para mi mayor sorpresa, más tarde, al acercarme
de nuevo al lavadero para tomar una de las herramientas que guardo en ese
rincón, encontré el capullo colgando del borde de la cubeta. ¿El viento? No
alcanzaba a imaginar cómo había llegado allí.
A la mañana siguiente fui a buscar la cubeta para llenarla de
agua y mi sorpresa fue aún mayor: El capullo estaba colgando del borde, pero
del lado opuesto de la cubeta. Momentos
después iba a recibir la explicación que buscaba: noté que el capullo se
balanceaba, colgando del borde de la cubeta: “algo” en su interior se movía,
haciendo que se balanceara de un lado a otro. Mi curiosidad aumentó y me
acerqué a mirar con detenimiento. Unos segundos después, por el extremo
superior del capullo, apareció una enorme oruga, dejando ver su cabeza y tres
pares de patas. Sujetándose del borde de la cubeta, empezó a desplazarse en
dirección al sitio donde la había visto la tarde anterior.
Me alegré al saber que no había muerto y me sorprendí al
aprender que seguía activa dentro del capullo, contrario a mi creencia de que
las orugas se encapsulaban en el capullo y permanecían durmientes hasta
completar la metamorfosis. Fue un
momento muy emocionante, al grado que decidí que tenía que tomar una foto de la
oruga que habitaba el capullo. Fui por mi teléfono celular pero con tanto
entusiasmo asusté a la oruga, que rápidamente se refugió en el capullo y ya no
salió.
Pronto descubrí que la oruga tiene un espíritu aventurero, y
asomarme a ver qué estaba haciendo se convirtió en un divertido hábito. Tan
pronto la encontraba en la superficie del lavadero, como tratando de escalar
por la manguera hacia la llave del agua, o suspendida en la punta del mango del destapa-caños. En una ocasión no la encontraba, y busqué por los alrededores del
lavadero sin resultado. Después encontré el capullo colgando del borde de una
tina dentro de la pila vacía. Pensé que tal vez había llegado el momento de
dormir y en el interior de la pila estaba a salvo del viento; incluso tal vez
la temperatura era más agradable allí. De nuevo, mis conclusiones fueron precipitadas.
A la mañana siguiente la encontré, confirmando su espíritu aventurero, colgando
de una suculenta hacia afuera del borde del lavadero.
Durante un par de días no noté actividad alguna, de nuevo
concluí que tal vez finalmente había llegado el momento de dormir y esperar la
transformación. De nuevo me di cuenta que estaba equivocado. Nuevamente la vi,
en todo su esplendor, transportándose por las hojas de la suculenta. Tal vez
tenía hambre y buscaba hojas verdes para comer.
Aunque mi instinto me dicta no intervenir en el flujo
natural de la naturaleza, me siento obligado a evitar en lo posible, exponer a
cualquier ser vivo a un riesgo letal. Así que tomé una planta como aquella
donde la vi por primera vez, y la puse sobre el lavadero. Con cuidado llevé el
capullo hasta la planta y lo dejé allí esperando que fuera lo que estaba
buscando. Me alegré al ver que así fue. Más tarde encontré a la oruga comiendo
de las hojas.
Me pregunto cuánto tiempo deberá pasar para que la oruga
finalmente se transforme en alguna especie de mariposa nocturna. Mientras
tanto, sin duda seguirá cautivando mi interés y seguiré maravillándome con cada
nuevo descubrimiento en su comportamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario